Me miro el bajo vientre, me miro la pelvis, y en especial lo que aún siento… todavía no estoy sordo… todavía no estoy viejo… La piel esta suave, sus vellos se me enredan, y la luz de la naturaleza es aún más luminosa…
Paso dos de mis dedos sobre mis piernas, siento la refinada textura, que con la bermuda gris, acariciaba tantas veces la piel de mis muslos fríos…
Paso cuatro dedos por mis cabellos, que elementales y encrespados, resaltan mi triste rostro imberbe, casto y devastado…
Ahora... fría está, lucida está, la casa lúdica cobalto de la que siempre saldré a caminar, de derecha a izquierda, de atrás hacia adelante, de arriba a abajo... pero siempre a tu lado en el pasto... sobre la banca de mármol... contigo mi suplemento de 6:20 en el invierno…
Hoy por la mañana Me levanté con ojos grises, con la enorme sensación de morir… lento, muy lento, a lo largo de muchos años.
Nunca olvido que nací por la puerta trasera de la vida, y que el firmamento luce como una sábana de difunto.
Este espacio es envolvente, se funde conmigo. Pinta de negro mis pensamientos, y luego… ya no puedo salir.
Entonces me abro, vivo, recuerdo… y me muero; de repente me ilumino… pero me vuelvo a morir.
No hay nada peor en este mundo que vivir desfalleciendo; y no hay receta más maligna que la esperanza de brazos cruzados.
Ahora comprendo… El espacio, el tiempo, lo concreto, los conceptos, la existencia… por las wevas.
¡A LA MIERDA! ¡A LA MIERDA TODO! Alzaré vuelo con las alas del resentimiento, Y cruzaré la muralla, LAS MURALLAS… que me separan del jardín de las rosas negras por donde deambulan todos los negados, ahí donde todos… somos hermanos.